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30 ene 2011

El río











En la ciudad que dejé, hace ya tantos años,
he visitado el barrio de la infancia,
de la pubertad, de mi despertar a la vida.
Estaba desconocido: allí el progreso
había cambiado todo a fuerza de no cambiar
apenas nada.
  
Deshabitadas y en ruina permanecen
muchas de sus típicas casitas bajas.
Permanecen, ya avejentadas, aquellas nuevas
edificaciones que ya entonces se enraizaron
en la fertilidad calcinada de los huertos.
Ahora es un barrio viejo,
sin juventud, sin niños,
triste,
sin aquel merendero de siempre, junto al río,
sin el bullicio de las tabernas en domingo.
  
El plan de mejora de la urbe dejó el río
dragado, ensanchado, canalizado, sin árboles,
sus márgenes compactados con grandes piedras
de otro lugar extraño, parterres de rosales,
apósitos de juncales en su lecho, patos
como allegados bajo contrato temporal,
barandas amarillas en sus múltiples puentes…
  
En el barrio, este cambio en el río, y el olvido,
son los únicos cambios en cuarenta y un años
de progreso. Quizá se hizo tedioso especular
con sus terrenos, comprárselos
viejo a viejo,
muerto a muerto.
  
Gracias, gracias por los puentes: son útiles.
Pero veo a la gente pasar enfantasmada,
sin saludar ya a nadie, pasar de barrio a barrio,
de miseria a pobreza, de forma apresurada
para llegar a Ninguna Parte velozmente.
Y quién podría ser yo, sino espectro sobre un puente?
  
 







Desde mi casa baja, durante muchos años,
podíamos ver el río.
  
Y sí: también nosotros nos mudamos después
para otro barrio, pero me preguntaba:
¿dónde estarían ya los conocidos vecinos?
¿qué habrá sido de mi cómplice chiquilla
tan pecosa que vivía en un tercero?.
   
Casi catorce años de niñez y…
nada me unía allí con el pasado,
ya no existía nada, ni mi casa,
y ninguno de los lugares de mi infancia.
Quise encerrarme en el coche, entornar
los ojos para ahogarlos, para aliviar su herrumbre,
para respirar hondo y recordar.
  
Y así, casi al instante, sucedió que…
oía croar a las ranas y sentí en la cara el viento
que hacía temblar las hojas de los chopos,
y un cangrejo pinzándome los dedos,
y el rumor del agua, y los remansos
con escurridizos renacuajos, pececillos,
y toda la vida sentida en aquel río.
  
Con húmedos guijarros en las manos,
volví a hacer puntería sobre esas lagartijas
que asomaban por los ladrillos huecos y rotos
de las soleadas tapias en los meses cálidos.
Volví a trepar hasta la infancia por mis venas,
volví al muchacho feliz (y quizá algo bruto:
como cualquier otro en esa época y lugar),
volví.
  
Volvió mi alma partida hacia su hogar humilde,
a su palacio, a esa casita que era tan húmeda,
de fachada azul y verdes persianas de madera,
que Madre convirtió en hogar con tanto trabajo
mientras el invierno mordía el carbón
desde la escarcha de las tejas, desde el carámbano,
desde la fría cúpula de la niebla.
  
Volví a enhebrar la luz de aquellos años,
la memoria, la vida de aquel río que ahora,
al paso por la ciudad, ya no es un río.
  
Volví al olor de la tierra en el verano
y a oír, tras del riego vespertino de los huertos,
el canto campanillero de los sapos
atrayendo a sus hembras a la luz de luna.
  
Tan sólo me quedaban los recuerdos,
todos estos recuerdos y otros muchos
del hombre gruñón y triste que voy siendo
al resonar los ecos de la vida que ya he muerto.
Así es como regreso a mis perdidos lugares,
tan sólo así cabalgo hacia mi origen
para ir caminando ya, despacio, en paz,
hacia el origen.
  
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Imágenes (fuentes):
  "Río Esgueva, Valladolid"  >  Google  >  http://www.panoramio.com/
 

6 comentarios:

21 dijo...

Esa mirada retrospectiva hacia los orígenes, nos hace preguntarnos si nuestros recuerdos de aquello tienen que ver con el mutado presente. Me ha gustado mucho, Luis, he podido trasladarme hasta aquellos días cargados de contacto con nuestros semejantes, con la naturaleza a flor de piel y con ese río, domesticado hasta hacerlo ajeno y distante.
Un abrazo.

Luis Nieto del Valle dijo...

Celebro que te guste, 21. Ciertamente, traté de escribir sobre lo que me ha ocurrido en este fin de semana, pues hacía años que no visitaba ese lugar. Creo que lo has leído antes de la revisión posterior. Un abrazo.

Sara Lew dijo...

Hola Luis. Yo también lo leí hace unos días. Ahora, con tiempo, volví para comentar y me lo encuentro renovado. Esa primera parte tan descriptiva y comparativa de lo que fue y lo que es ahora, te adentra en ese paraje de tu infancia para luego poder percibir contigo el despertar de los sentidos que transmite el paisaje, los recuerdos, y hasta la vuelta al presente con "ese hombre gruñón y triste" que no creo que seas; ya que para escribir así hace falta sensibilidad y alegría.
Un gusto leerte. Saludos.

Luis Nieto del Valle dijo...

Hola, Sara, bienvenida. Lo de los cambios, es algo que advierto al pie del blog. Cada vez que yo mismo vuelvo a leer, se me ocurre alguna mejora. La más reciente (posterior a tu comentario) es cambiar "el viejo merendero" por "el merendero de siempre", pues advertí reiteración innecesaria con el adjetivo "viejo". Cuando ya no veo nada que modificar, lo más probable es que siga casi igual de mediocre, jajaja, pero es el momento en que puedo dar entrada al siguiente poema, si me viene el gusanillo inspirador, jajaja ;-)

Cormoran dijo...

Hola Luis.
Al leer tu hoy y tu ayer, el tiempo entre ambos y el sentir que ello provoca, no he podido evitar acordarme de mi padre, ahora ausente. El nos contaba cuando éramos críos, como tu hoy nos cuentas, cuan cambiado era su Madrid de la infancia, con sus juegos y sus no necesidades, con sus grandes carencias suplidas por la imaginación, su poco tránsito y sus grandes extensiones salvajes para recorrer como piratas, ladrones o pistoleros. Añoraba todo aquello maldiciendo su presente, mi actual pasado que ahora añoro maldiciendo mi presente, que añorara mi hija y que, espero no maldiga su presente. Alguien debería cambiar el rumbo de este barco que es nuestra vida.
Un abrazo sentido
Cormoran

Luis Nieto del Valle dijo...

Estoy contigo, Cormorán. Supongo que cada persona puede sentir nostalgia de un pasado del que normalmente guarda los mejores recuerdos y no otros. Pero, no obstante, estoy convencido de que algo debería cambiar profundamente en nuestro modo de trabajar, producir, consumir, organizarnos, atender a nuestros hijos (que ya casi no tenemos) y a nuestros mayores (tan venerables en otras culturas), revisar los valores que dan un sentido ético (no he dicho 'moral') a nuestra existencia, etc.
Agradecido por tu visita. Un abrazo.