por una carretera que ya fue transitada en otra edad,
cuando el sol siempre sonreía.
Cómo atravesar por campos agostados
que claman
la reja del arado,
y entre casas de piedras o adobe sin sutura,
sin techo suficiente.
Y cómo recorrer, uno tras otro, cada próximo pueblo
como el dejado atrás.
Alguien quiere cruzar la carretera, empuja
la silla de ruedas de una anciana. Ella
tan sólo ladea la cabeza perdiendo la mirada
como un pájaro muerto,
Y cómo recorrer, uno tras otro, cada próximo pueblo
como el dejado atrás.
Alguien quiere cruzar la carretera, empuja
la silla de ruedas de una anciana. Ella
tan sólo ladea la cabeza perdiendo la mirada
como un pájaro muerto,
y a veces balbucea:
“los niños… los niños se fueron por las grietas,
pero no han regresado…
y cerraron la escuela”.
Quien empuja la silla, tan sólo es peregrino
en los ojos del pájaro.
Imposible, ver el rostro del pastor que atiende a su rebaño;
el que amorosamente traslada al corderillo tras un parto,
y no mucho después lo sacrifica.
Proseguir la huída, a pleno sol, hasta advertir
una súbita marca en el asfalto, neumáticos
que chillaron más allá del arcén,
ahogadas voces
entre añicos de chapa y de plásticos y vidrios
junto a unas flores lacias.
junto a unas flores lacias.
Por la cuneta, un galgo cojea su tristeza
en solitario, gime, teme
en solitario, gime, teme
la ira del cazador que no cobra su presa
en perdices esquivas.
Algo cuentan los viejos: ecos
de molinos y mugidos de res;
de molinos y mugidos de res;
y ya se han reparado las torres de la iglesia
y de la ermita
y siguen regresando las cigüeñas por San Blas.
Toda esa buena gente, quizá desconfiada, ruda,
pero noble y auténtica,
tiene los hijos muy lejos y, todas sus ilusiones,
esperar resignados
esperar resignados
esas fotografías que les trae el cartero,
reconocerse en sus nietos;
y sentarse en familia compartiendo una cena,
al menos cada año en Navidad.
Detenerse de nuevo. Y beber
vino en la taberna al caer la tarde.
vino en la taberna al caer la tarde.
Los hombres
celebran o maldicen sosteniendo los vasos,
uñas endurecidas por la piedra y el cáñamo.
La última casa en ruina se abre a espacios abiertos,
resaltan las hileras de unas torres metálicas que acercan
resaltan las hileras de unas torres metálicas que acercan
esa aparente vida
hasta los viejos pueblos en régimen de urgencia,
hasta el televisor.
Tendidos eléctricos que rinden,
a contraluz del rojo luminoso de la puesta de sol,
una inmensa belleza, pero extraña.
Cómo ser fugitivo, si no se cambia el rumbo.
Hacia qué monte dirigirse
o cuáles las rompientes, o cómo
atravesar la furia del incendio
o un bosque calcinado.
o un bosque calcinado.
Está bien, está bien, tú...
me escuchas todo esto y bien podrías decirme:
me escuchas todo esto y bien podrías decirme:
"valorando el conjunto, me suena exagerado".
Mas yo puedo jurar: es carne a trozos cortada, ya despojos,
de un cuerpo desmembrado en el que se oye
su corazón que aún late, tan ignorante y triste,
que no eleva su voz
que no eleva su voz
ni ve
la luz de la esperanza.
Cómo ser fugitivo, sin contener la rabia
y un dolor en el pecho.
Llorar por dentro
y regresar.
Y asomarse al espejo
Y no reconocerse.
Fotos de JValentina: http://jvalentina-jvalentina.blogspot.com/