En homenaje a los pueblos que se están levantando en revolución pacífica contra su dictador. Y en homenaje a los poetas muertos César Vallejo, Jorge Guillén, F.García Lorca y Basilio Fernández, de quienes, sobre composición propia, el autor ha adaptado alguna aproximación o evocación de alguno de sus versos.
Miradlos: se les agolpa la vida
hacia un destino, como de onda en onda,
pueblos que se levantan en esperanza humana.
Desde las altas torres,
desde los negros fierros,
todo es humo y alambres y una lluvia de golpes.
Miradlos, armados de hambre,
a pesar del terror y del ahogo,sin libertad ni anchura,
mirad qué armados van de pecho hasta la frente,
después de la oración, sin fusiles, sin guerra,
sin rencor.
¿Alguna vez cobró tanto sentido una bandera?Desde las altas torres,
sólo rosas de sangre entre azucenas,
bajo las nubes blancas.
Avanzan inmóviles desde las plazas públicas,
irrumpen con sus gritos como reencarnaciones.
Tan sólo es esto, tan sólo flores turbulentas
en días vertiginosos, sin temor
por las confrontaciones del júbilo y las lágrimas,
pues sólo puede ya morir la Muerte
cuando el hombre tiene inserto el polvo en su cansancio,y ve crecer los niños sin escuela.
Desde las torres altas, bajo el azul del cielo,
sólo alambres de espinos, sólo rosas de sangre,sólo amenazas.
Todo acto o voz genial viene del pueblo,
¡qué buena envidia otorga su esperanza!
¡cuánto universo hay en su frenética armonía!
Desde las altas torres,
bajo la luna negra,
muestran harina blanca sobre promesas huecas.
Sí, combatientes armándose de polvo, heridos
también sobre su orgullo y su dignidad pisada,
víctimas que se sienten vencedores, deseando
para el sátrapa que arrastre sus candados
y, en sus candados, a sus bacterias muertas.
Desde las altas torres,
desde el plomo y el hierro,
sólo rosas de sangre para quien no tiene nombre.
Miradlos.
No temáis de alguna voz cercana, no temáis
los contadores que cifran esos inconvenientes
que presuntamente amenazan nuestros hábitos,
porque a este imperio de la esterilidad no llega
ni un surtidor de sangre que se cotice al alza.
Y, bajo nuestras pobres luces póstumas,
apenas vemos lo que se pudre a nuestro lado.
Seguid habitando la desolada soledad
de las personales esperanzas prolongadas.
Seguid con los labios sellados, con la indolencia
avasallada sobre cojines confortables,
pero miradlos, envidiadlos, ayudadlos.
Sobre el esqueleto del viento, tan sólo
permanece la hermandad de los pueblos.
Nada más se sostiene: nada, salvo el viento.
Sobre sus altas torres, tras de la luna negra,
sólo habrá nubes blancas bajo el azul del cielo
y, en sus manos vacías, toda esperanza.