En la ciudad que dejé, hace ya tantos años,
he visitado el barrio de la infancia,
de la pubertad, de mi despertar a la vida.
Estaba desconocido: allí el progreso
había cambiado todo a fuerza de no cambiar
apenas nada.
Deshabitadas y en ruina permanecen
muchas de sus típicas casitas bajas.
Permanecen, ya avejentadas, aquellas nuevas
edificaciones que ya entonces se enraizaron
en la fertilidad calcinada de los huertos.
Ahora es un barrio viejo,
sin aquel merendero de siempre, junto al río,
sin el bullicio de las tabernas en domingo.
El plan de mejora de la urbe dejó el río
dragado, ensanchado, canalizado, sin árboles,
apósitos de juncales en su lecho, patos
como allegados bajo contrato temporal,
barandas amarillas en sus múltiples puentes…
En el barrio, este cambio en el río, y el olvido,
son los únicos cambios en cuarenta y un años
de progreso. Quizá se hizo tedioso especular
muerto a muerto.
Gracias, gracias por los puentes: son útiles.
Pero veo a la gente pasar enfantasmada,
sin saludar ya a nadie, pasar de barrio a barrio,
de miseria a pobreza, de forma apresurada
para llegar a Ninguna Parte velozmente.
Y quién podría ser yo, sino espectro sobre un puente?
Y sí: también nosotros nos mudamos después
para otro barrio, pero me preguntaba:
¿dónde estarían ya los conocidos vecinos?
¿qué habrá sido de mi cómplice chiquilla
tan pecosa que vivía en un tercero?.
Casi catorce años de niñez y…
nada me unía allí con el pasado,
ya no existía nada, ni mi casa,
y ninguno de los lugares de mi infancia.
Quise encerrarme en el coche, entornar
los ojos para ahogarlos, para aliviar su herrumbre,
para respirar hondo y recordar.
Y así, casi al instante, sucedió que…
oía croar a las ranas y sentí en la cara el viento
que hacía temblar las hojas de los chopos,
y un cangrejo pinzándome los dedos,
y el rumor del agua, y los remansos
con escurridizos renacuajos, pececillos,
y toda la vida sentida en aquel río.
Con húmedos guijarros en las manos,
volví a hacer puntería sobre esas lagartijas
que asomaban por los ladrillos huecos y rotos
de las soleadas tapias en los meses cálidos.
Volví a trepar hasta la infancia por mis venas,
volví al muchacho feliz (y quizá algo bruto:
como cualquier otro en esa época y lugar),
volví.
Volvió mi alma partida hacia su hogar humilde,
a su palacio, a esa casita que era tan húmeda,
de fachada azul y verdes persianas de madera,
que Madre convirtió en hogar con tanto trabajo
mientras el invierno mordía el carbón
desde la escarcha de las tejas, desde el carámbano,
desde la fría cúpula de la niebla.
Volví a enhebrar la luz de aquellos años,
la memoria, la vida de aquel río que ahora,
al paso por la ciudad, ya no es un río.
Volví al olor de la tierra en el verano
y a oír, tras del riego vespertino de los huertos,
el canto campanillero de los sapos
atrayendo a sus hembras a la luz de luna.
Tan sólo me quedaban los recuerdos,
todos estos recuerdos y otros muchos
del hombre gruñón y triste que voy siendo
al resonar los ecos de la vida que ya he muerto.
Así es como regreso a mis perdidos lugares,
tan sólo así cabalgo hacia mi origen
para ir caminando ya, despacio, en paz,
hacia el origen.
-------------------------------------------------------------de la pubertad, de mi despertar a la vida.
Estaba desconocido: allí el progreso
había cambiado todo a fuerza de no cambiar
apenas nada.
muchas de sus típicas casitas bajas.
Permanecen, ya avejentadas, aquellas nuevas
edificaciones que ya entonces se enraizaron
en la fertilidad calcinada de los huertos.
Ahora es un barrio viejo,
sin juventud, sin niños,
triste,sin aquel merendero de siempre, junto al río,
sin el bullicio de las tabernas en domingo.
El plan de mejora de la urbe dejó el río
dragado, ensanchado, canalizado, sin árboles,
sus márgenes compactados con grandes piedras
de otro lugar extraño, parterres de rosales,apósitos de juncales en su lecho, patos
como allegados bajo contrato temporal,
barandas amarillas en sus múltiples puentes…
En el barrio, este cambio en el río, y el olvido,
son los únicos cambios en cuarenta y un años
de progreso. Quizá se hizo tedioso especular
con sus terrenos, comprárselos
viejo a viejo,muerto a muerto.
Gracias, gracias por los puentes: son útiles.
Pero veo a la gente pasar enfantasmada,
sin saludar ya a nadie, pasar de barrio a barrio,
de miseria a pobreza, de forma apresurada
para llegar a Ninguna Parte velozmente.
Y quién podría ser yo, sino espectro sobre un puente?
Desde mi casa baja, durante muchos años,
podíamos ver el río.Y sí: también nosotros nos mudamos después
para otro barrio, pero me preguntaba:
¿dónde estarían ya los conocidos vecinos?
¿qué habrá sido de mi cómplice chiquilla
tan pecosa que vivía en un tercero?.
Casi catorce años de niñez y…
nada me unía allí con el pasado,
ya no existía nada, ni mi casa,
y ninguno de los lugares de mi infancia.
Quise encerrarme en el coche, entornar
los ojos para ahogarlos, para aliviar su herrumbre,
para respirar hondo y recordar.
Y así, casi al instante, sucedió que…
oía croar a las ranas y sentí en la cara el viento
que hacía temblar las hojas de los chopos,
y un cangrejo pinzándome los dedos,
y el rumor del agua, y los remansos
con escurridizos renacuajos, pececillos,
y toda la vida sentida en aquel río.
Con húmedos guijarros en las manos,
volví a hacer puntería sobre esas lagartijas
que asomaban por los ladrillos huecos y rotos
de las soleadas tapias en los meses cálidos.
Volví a trepar hasta la infancia por mis venas,
volví al muchacho feliz (y quizá algo bruto:
como cualquier otro en esa época y lugar),
volví.
Volvió mi alma partida hacia su hogar humilde,
a su palacio, a esa casita que era tan húmeda,
de fachada azul y verdes persianas de madera,
que Madre convirtió en hogar con tanto trabajo
mientras el invierno mordía el carbón
desde la escarcha de las tejas, desde el carámbano,
desde la fría cúpula de la niebla.
Volví a enhebrar la luz de aquellos años,
la memoria, la vida de aquel río que ahora,
al paso por la ciudad, ya no es un río.
Volví al olor de la tierra en el verano
y a oír, tras del riego vespertino de los huertos,
el canto campanillero de los sapos
atrayendo a sus hembras a la luz de luna.
Tan sólo me quedaban los recuerdos,
todos estos recuerdos y otros muchos
del hombre gruñón y triste que voy siendo
al resonar los ecos de la vida que ya he muerto.
Así es como regreso a mis perdidos lugares,
tan sólo así cabalgo hacia mi origen
para ir caminando ya, despacio, en paz,
hacia el origen.
Imágenes (fuentes):
"Río Esgueva, Valladolid" > Google > http://www.panoramio.com/